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Un video viral hace una serie de aseveraciones imprecisas e infundadas de por qué la gente no debería recibir ninguna vacuna, incluso las que actúan contra el COVID-19.
Historia completa
A pesar de que los casos de COVID-19 continúan en alza alrededor de todo el mundo, grupos antivacunas siguen intentando disminuir la confianza del público en ellas, distribuyendo información falsa sobre la seguridad, eficacia y el valor de las vacunas contra el COVID-19
Un video de 14 minutos de largo posteado en Facebook y en Instagram el 13 de enero por el Steven Baker, un quiropráctico licenciado en Idaho, da cinco razones por las cuales la gente “definitivamente nunca debería vacunarse”. El video tiene más de 1.600 “me gusta” hasta la fecha y ha sido visto más de 50.000 veces en Instagram.
Baker, quien se describe a sí mismo como sanador no antivacunas sino que anti-todo, ha creado un negocio vendiendo información infundada sobre vacunas. En abril, Facebook removió su cuenta de avisos y su página después de anunciar erróneamente que un “aerosol de plata” a la venta en su sitio otorgaba protección contra el COVID-19. En otro video compartido en TikTok y verificado por PolitiFact, Baker dijo que la gente se estaba muriendo por culpa del colapso económico, no por causa del COVID-19.
En este video, Baker se exonera de responsabilidad aclarando que no es médico y no está entregando consejos médicos. Pero luego procede a dar consejos.
Declaraciones tendenciosas sobre ingredientes en vacunas
La primera razón que Baker da para no vacunarse son los ingredientes de las vacunas. “Usted no le daría a su hijo una inyección de timerosal, aluminio, tejido de feto abortado y embriones de pollo y huevo; no lo haría”, argumenta.
Pero la verdad es que probablemente su familia ya ha estado en contacto con estos ingredientes, y la investigación médica demuestra que no son dañinos en las dosis administradas en algunas vacunas. Además, ninguna de las dos vacunas contra el COVID-19 aprobadas en Estados Unidos contiene ninguno de estos ingredientes.
El timerosal es un conservante a base de mercurio que se utiliza en vacunas de dosis múltiples para ayudar a prevenir el contagio por parte de microbios que podrían ser dañinos. Aunque la mayoría de las vacunas infantiles ya no lo utilizan, algunas vacunas para la influenza lo siguen usando. El timerosal contiene etilmercurio, un tipo de mercurio menos dañino que el metilmercurio que se puede encontrar en algunos pescados y animales. El etilmercurio es menos tóxico porque el cuerpo lo descompone y lo excreta más rápidamente. Según la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) la cantidad de mercurio en una vacuna es similar al de una lata de atún.
Algunas vacunas contienen aluminio para mejorar su respuesta inmunitaria. Muchos otros productos médicos también contienen aluminio, como algunas aspirinas y antiácidos, al igual que muchos alimentos y bebidas, como frutas y vegetales, cereales, frutos secos, productos lácteos, harinas, miel y la leche de fórmula. La cantidad de aluminio en las vacunas es muy reducida y regulada. Según el Children’s Hospital of Philadelphia, la cantidad de aluminio que recibe un infante en sus primeros seis meses de vida en vacunas es menos de un octavo de la cantidad que recibe en leche de fórmula, y menos de la mitad de lo que recibe si es amamantado con leche materna.
Algunas vacunas se producen en huevos (las de la influenza y la fiebre amarilla) y por lo tanto contienen proteínas del huevo. Y si ha comido huevos criados en granjas, puede que técnicamente ya haya comido embriones de pollo, si es que los huevos han sido fertilizados por un gallo.
Finalmente, Baker nombra el tejido de fetos abortados como uno de los ingredientes de las vacunas. La verdad es que para crear líneas celulares que se usan para desarrollar distintos virus para fabricar vacunas (tales como las de varicela, rubéola y hepatitis A) se usaron células obtenidas de muestras de tejidos de dos fetos abortados a comienzos de la década del 1960, uno en Suecia y otro en Inglaterra. Pero esas células no están presentes en las vacunas, ya que el virus se ha depurado antes de entrar en la jeringa.
Como hemos explicado anteriormente, las vacunas contra el COVID-19 de Pfizer/BioNTech y de Moderna no están hechas a partir de un virus. De acuerdo a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), ninguna de las vacunas contienen huevos, conservantes o látex.
Las vacunas no van directamente al flujo sanguíneo, como asevera Baker en el video. La mayoría de las vacunas son inyectadas en músculos o en la piel.
Aseveraciones imprecisas sobre eficacia de las vacunas
Baker prosigue diciendo, incorrectamente, que las vacunas “no funcionan” porque “no previenen que el virus o la bacteria entren en su cuerpo. Lo que hacen es reducir la cantidad de síntomas que usted tiene con esa bacteria o ese virus”.
Pero muchas vacunas son de hecho útiles porque pueden reducir los síntomas. Y con enfermedades menos severas hay menos sufrimiento y menos muertes. Ésta es una buena parte del porqué las vacunas han sido tan beneficiosas para la sociedad.
Es cierto que no todas las vacunas pueden prevenir infecciones, o hacerlo cabalmente. Pero eso no es un requisito para que una vacuna sea efectiva. Una vacuna, según los CDC, es un “producto que estimula el sistema inmune de una persona para producir inmunidad a una enfermedad específica, protegiendo a la persona de esa enfermedad”.
La idea es entrenar al sistema inmunitario para reconocer un agente patógeno específico, de tal modo que si alguien se encuentra con ese microbio, ese sujeto no se infecte o no se enferme (o si tiene síntomas, que sean menos severos). Esto comúnmente implica introducir un pedazo de o una pequeña cantidad debilitada o inerte de virus o bacteria en el cuerpo.
Algunas vacunas producen lo que se llama inmunidad esterilizante, que es cuando los anticuerpos se adhieren al agente patógeno y lo remueven antes de que tenga la oportunidad de entrar en las células y comenzar una infección. Esto sucede, por ejemplo, con las vacunas contra el sarampión, hepatitis A y el virus del papiloma humano, o VPH.
“Si le han dado la vacuna contra el sarampión (dos dosis) tiene un 97% de probabilidad de estar protegido contra el sarampión por el resto de su vida. Y no solo la enfermedad, también la infección asintomática”, nos dijo el Dr. Paul A. Offit, pediatra y experto en vacunas del Children’s Hospital of Philadelphia, refiriéndose a cuando alguien tiene la infección pero no tiene síntomas. “Acabó con el virus”.
Muchas otras vacunas, dijo Offit, incluyendo la de influenza estacional, rotavirus, tos ferina y las vacunas antineumocócicas, pueden prevenir que la gente se enferme severamente pero no son capaces de prevenir la infección. “Y está bien”, dijo, porque “el principal objetivo que estamos tratando de lograr en esos casos es prevenir la hospitalización o muerte de niños o adultos”.
Más importante aún, muchas vacunas son capaces de reducir la propagación de una enfermedad aun cuando no puedan detener la infección, lo que contradice el otro argumento de Baker que dice que las vacunas, incluyendo las contra el COVID-19, “no previenen su transmisión”.
Las vacunas pueden reducir la propagación, dijo Offit, porque una persona vacunada generalmente libera menos virus, lo que la hace menos contagiosa.
No se sabe aún si las vacunas autorizadas contra el COVID-19 previenen la transmisión del virus SARS-CoV-2, pero es probable que la misma dinámica esté en juego y que las vacunas limiten la transmisión en algún grado.
Hasta que se sepa más, es importante que las personas que reciban una vacuna contra el COVID-19 no asuman que no pueden pasar el virus a otros, y continúen usando mascarillas y manteniendo distancia social. Pero también es muy pronto para declarar, como hace Baker, que las vacunas son inútiles en la prevención de la propagación del SARS-CoV-2.
Aseveración falsa sobre la poliomielitis
Como parte del engañoso argumento de Baker, que dice que las vacunas “no funcionan”, el quiropráctico nombra como ejemplo la poliomielitis y asegura, erróneamente, que la enfermedad ha disminuido gracias a la mejora en instalaciones sanitarias, no a las vacunas.
“Obviamente, el polio se fue con las mejoras en las instalaciones sanitarias porque es una enfermedad fecal-oral”, dice Baker. “Y si empieza a lavarse las manos y a no tomar agua de las calles, probablemente no le va a dar polio”.
Aun cuando las mejoras sanitarias han ayudado a la reducción de la propagación del poliovirus, que se transmite primariamente por las heces, pero que también puede propagarse a través del aire por medio de gotas infecciosas producto de un estornudo o una tos, es la vacuna quien se lleva el crédito de eliminar el virus en los Estados Unidos.
Después de todo, a pesar de que las instalaciones sanitarias eran bastante buenas en la década de 1950 en Estados Unidos, el polio seguía siendo una gran amenaza para las familias cada verano.
Paradójicamente, se piensa que las mejoras sanitarias causaron un alza en los casos de polio en Estados Unidos a comienzos del siglo XX.
“Antes de 1910, el polio circulaba silenciosamente,” explicó Micaela Martinez, ecologista experta en enfermedades infecciosas de Columbia University que ha estudiado la historia del polio.
El virus estaba descontrolado, dijo, pero como prácticamente todos lo contraían durante la infancia, cuando hay poco riesgo de enfermarse severamente o desarrollar una parálisis, no era particularmente notorio.
Con las mejoras sanitarias, sin embargo, los niños ya no se encontraban con el virus sino hasta que eran mayores, cuando el riesgo de parálisis es mayor. “Entonces las mejoras sanitarias llevaron a esta primera noción del polio como una enfermedad que generalmente causa parálisis”, nos dijo Martinez.
La epidemia de polio empeoró después de la Segunda Guerra Mundial con el baby boom, con el aumento de niños esparciendo la enfermedad, agregó Martinez. No fue hasta que llegaron las vacunas que los casos comenzaron a bajar: de más de 15.000 casos de parálisis cada año, de acuerdo a cifras de los CDC, a menos de 100 casos anuales en los 70 y menos de 10 cada año en la siguiente década.
La enfermedad fue eliminada en los Estados Unidos en 1979, lo que quiere decir que ya no hay transmisión de polio en el país y que no se han reportado casos desde ese entonces. No obstante, la vacuna contra el polio sigue siendo importante, ya que la enfermedad podría ser introducida en cualquier momento por viajeros.
Información errónea sobre ensayos clínicos de vacunas
Baker continúa diciendo, incorrectamente, que no “existen ensayos clínicos de vacunas seguros”, porque ninguna vacuna se contrasta con lo que él considera verdaderos placebos. Esto es categóricamente falso.
“Lo que hacen es realmente comparar la vacuna que están probando con otra vacuna, o comparan la vacuna que están probando con una jeringa llena de alumnio y todo lo que hay en la vacuna, excepto el antígeno”, dice Baker, refiriéndose a la parte de la vacuna que gatilla una respuesta inmunitaria específica.
Pero de hecho, muchas vacunas se han examinado contra un placebo de solución salina, o agua con sal, en ensayos aleatorios controlados, incluyendo vacunas contra la influenza y algunas contra paperas, polio y sarampión.También hay buenas razones para usar diferentes placebos como control en ensayos, lo que no significa que la vacuna no haya sido cabalmente probada por seguridad.
Por ejemplo, como lo resumió un panel de expertos de la Organización Mundial de la Salud, si una vacuna segura y eficaz contra una enfermedad específica ya existe, entonces la verdadera pregunta a examinar es si la nueva vacuna actúa en forma similar o mejor, y en muchos casos no sería ético privar a un grupo de personas de la protección que entrega una vacuna.
Otro argumento, dijo Offit, es que no es justo inscribir a participantes en un ensayo clínico sin darles algo que los beneficie, lo que a veces significa darles una vacuna diferente como control.
Otra posible razón para no dar un placebo de solución salina es para mantener el ensayo como ciego, asegurándose de que los voluntarios del ensayo no sepan si han sido asignados aleatoriamente al grupo de control, ya que muchas vacunas tienen efectos secundarios menores y temporales, como dolor de brazo, que pueden darle pistas a los participantes sobre quienes han sido inyectados con qué.
Baker se equivoca nuevamente cuando dice que la vacuna contra el COVID-19 de Moderna incluyó una vacuna antimeningocócica (que protege contra enfermedades graves y a veces mortales, como la meningitis). Ambas vacunas, la de Moderna y la de Pfizer/BioNTech, que son las únicas actualmente autorizadas en Estados Unidos, fueron probadas contra placebos salinos.
Algunas ramas del ensayo clínico de la vacuna contra el COVID-19 de Oxford/AstraZeneca incluyeron una vacuna antimeningocócica como control para reducir la posibilidad que los participantes del grupo de control supieran que no habían recibido la vacuna contra el COVID-19. Eso fue así en las secciones del ensayo en Gran Bretaña y en parte del ensayo en Brasil, donde utilizaron la vacuna antimeningocócica conjugada contra los serogrupos A, C, W e Y como control para la primera dosis, pero no para la segunda.
Sin embargo, para la sección del ensayo clínico en Sudáfrica se usó placebo salino, al igual que un ensayo de 30.000 personas en Estados Unidos que continúa en marcha.
Responsabilidad legal de las vacunas
Baker también dice que la gente no se debería vacunar porque las vacunas no son seguras y las compañías que las producen no tienen ninguna responsabilidad legal.
“No las puede demandar, pero tienen su propia corte. Y esa corte al día de hoy ha pagado más de 4.000 millones de dólares en daños”, dijo.
Baker se refiere al Programa Nacional de Compensación de Lesiones Derivadas de Vacunas (VICP, por sus siglas en inglés) creado por la Ley Nacional de 1986, Lesiones Derivadas de Vacunas en la Niñez.
Las vacunas se prueban extensivamente para asegurar su efectividad y seguridad. Pero al igual que con cualquier otro medicamento, no están libres de riesgo y pueden causar eventos adversos o efectos secundarios. La mayoría de las vacunas pueden provocar dolor, enrojecimiento o sensibilidad en el lugar donde son inyectadas, y algunas pueden causar eventos más severos.
A partir de mediados de los 70s, se presentaron múltiples demandas contra productores de vacunas y prestadores de servicios médicos, lo que llevó a muchos fabricantes a detener su producción. Muchos tuvieron que pagar por daños a pesar de la falta de pruebas científicas que respaldaran las demandas. La amenaza de una escasez de vacunas movió al Congreso a pasar la Ley Nacional de Lesiones Derivadas de Vacunas en la Niñez, que creó el fondo de compensación. Según los datos más recientes, el gobierno ha pagado cerca de 4.200 millones de dólares en compensaciones desde 1988.
Pero como ya hemos explicado anteriormente, el hecho de que haya compensaciones no quiere decir que las vacunas causen lesiones. Según la Administración de Recursos y Servicios de Salud (HRSA, por sus siglas en inglés), aproximadamente un 70% de todas las compensaciones fueron otorgadas por el fondo como resultado de un compromiso y acuerdo negociado entre las partes, anterior a cualquier revisión de evidencia, para ahorrar tiempo y dinero.
Aun así, el número de denuncias y compensaciones es muy baja. Más de 3.700 millones de dosis de vacunas se distribuyeron en los Estados Unidos desde 2006 a 2018, según los CDC. En ese mismo periodo de tiempo, sólo 7.589 demandas fueron adjudicadas y 5.317 de ellas fueron compensadas.
La Organización Mundial de la Salud estima que las inmunizaciones evitan de 2 a 3 millones de muertes al año en todo el mundo. En los Estados Unidos, según datos preliminares, los CDC estiman que las vacunas contra la gripe evitaron 105.000 hospitalizaciones y 6.300 muertes en la temporada 2019-2020.
Ley Nacional de Lesiones Derivadas de Vacunas en la Niñez también requiere que los prestadores de salud reporten si hay efectos secundarios o reacciones que ocurran después de las vacunaciones al Sistema para Reportar Eventos Adversos a las Vacunas (VAERS, por sus siglas en inglés), un programa creado en 1990 y coadministrado por los CDC y la FDA.
La ley también le permite a individuos tomar acciones legales contra los productores de vacunas bajo ciertas condiciones, incluyendo negligencia por parte de los fabricantes.
Niños sin vacunas no son más sanos
En su video, Baker argumenta, erróneamente, que los niños que no han sido vacunados son más sanos que sus pares que han recibido vacunas, citando un estudio publicado en noviembre de 2020 en el International Journal of Environmental Research and Public Health, una publicación de acceso abierto. La revista dice que es revisada por expertos pero su falta de rigor ha sido causa de preocupación. La calidad de su casa editora, Multidisciplinary Digital Publishing Institute, también ha sido cuestionada — en 2018, 10 editores jefes renunciaron, argumentando que eran presionados por recibir estudios mediocres.
Actualización, 11 de agosto: El 22 de julio la revista se rectractó del estudio, que afirmaba que los niños con menos vacunas necesitaban menos visitas a la consulta médica privada de uno de los autores, debido a preocupaciones “sobre la validez de sus conclusiones”. “Siguiendo nuestros procedimientos de reclamos, realizamos una investigación que planteó varios problemas metodologicos y confirmó que las conclusiones no estaban sustentadas en datos científicos sólidos”, dice la retractación.
El estudio es una colaboración entre James Lyons-Weiler y Paul Thomas, financiado por The Institute for Pure and Applied Knowledge, una organización dirigida por Lyons-Weiler, científico que ha difundido información errónea sobre COVID-19 y vacunas por años.
A Thomas, que es pediatra en Portland, Oregon, se le removió su licencia médica en diciembre por no vacunar a sus pacientes adecuadamente. Según el Consejo Médico de Oregon, su conducta “ha violado el estándar de cuidado y ha puesto la salud y la seguridad de muchos de sus pacientes en riesgo de daños graves”. Uno de sus pacientes no vacunados desarrolló un caso grave de tétano que lo mantuvo dos meses en la unidad de cuidados intensivos.
En el video Baker acusa a los CDC, sin ninguna prueba, de obtener ganancias con las vacunas y argumenta erróneamente que al Dr. Thomas se le removió la licencia por las “verdades” reveladas en su estudio. “Los CDC no están en el negocio de ayudarlo a usted y a sus hijos y mantenerlos a salvo, los CDC están en el negocio de publicitar las vacunas y obtener ganancias de las vacunas suyas y de su familia, punto”, argumenta.
La vacunación es esencial porque provee inmunidad y previene enfermedades que pueden amenazar la vida, según los CDC. Todas las vacunas, incluidas las que son contra el COVID-19, cumplen con rigurosos criterios de seguridad establecidos por la FDA.
“La verdad del asunto es que, como es de esperar, la gente que ha recibido vacunas es más sana porque tienen menos probabilidades de coger infecciones virales o bacterianas”, dijo Offit. “No pasa un año en el Children’s Hospital of Philadelphia donde no veamos a un niño sufrir o morir de una enfermedad prevenible con una vacuna porque los padres decidieron no vacunarlo”.
Declaraciones incorrectas sobre enfermedades autoinmunes
La principal razón para evitar las vacunas, dice Baker sin base, es que las vacunas causan enfermedades autoinmunes. Incluso va tan lejos como para decir que las vacunas contra el COVID-19 van a “crear millones y millones de personas con enfermedades autoinmunes”. No hay ninguna evidencia de ello.
Baker delata su falta de conocimiento en la materia argumentando que esto sucede porque con las vacunas uno se está “saltando a las defensas naturales” en vez de “tener una real respuesta inmunitaria”, y equipara las vacunas con los trasplantes de órganos, donde se necesitan medicinas para suprimir el sistema inmunológico.
Pero las vacunas no tienen ninguna semejanza con los trasplantes de órganos. Y las vacunas solo activan el sistema inmune temporalmente, de manera más segura que en una infección natural.
“Dado que las vacunas no conducen a respuestas ni cercanas a la robusta respuesta gatillada con una infección natural, es menos probable que induzcan autoinmunidad”, explica la página web del Children’s Hospital of Philadelphia.
La comunidad científica ha estudiado repetidamente si las vacunas gatillan enfermedades autoinmunes, incluyendo diabetes tipo 1 y esclerosis múltiple, y no han encontrado nada, ninguna señal de que lo hagan.
“Está bien hacer la pregunta”, dice Offit, “pero cuando estudio tras de estudio muestra que las vacunas no producen autoinmunidad, y no tiene sentido que produzcan inmunidad, la gente debería creerles”.
Otro desorden autoinmunitario, el Síndrome de Guillain-Barré, ha sido asociado con la vacuna contra la influenza, pero de forma inconsistente, y con una frecuencia muy baja, alrededor de 1 o 2 en un un millón de dosis. La mayoría de la gente que desarrolla la condición se recupera totalmente, pero algunos quedan con daño neurológico permanente y otros mueren.
Casos de la enfermedad también se desarrollan después de infecciones, y estudios muestran que el riesgo de desarrollar Guillain-Barre por una gripe es mucho más alto que por una vacuna.
En otra rara instancia, una vacuna contra la pandemia de la influenza en Europa entre 2009-2010 puede haber provocado que cierta gente con una predisposición genética haya desarrollado una respuesta autoinmune que desencadenó una narcolepsia. Pero en este caso tampoco hay entera claridad del rol que jugó la vacuna, y es posible que la infección natural de influenza presente el mismo riesgo.
A pesar de que la comunidad científica continúa monitoreando cualquier signo que muestre que las vacunaciones pueden llevar a la autoinmunidad, aún no hay ninguna base que respalde la declaración de Baker que dice que las vacunas, incluidas las del COVID-19, son peligrosas porque pueden causar enfermedades autoinmunes.
Traducido por Catalina Jaramillo.
Nota del editor: El Proyecto de Vacunación/COVID-19 de SciCheck es posible gracias a una beca de la Robert Wood Johnson Foundation. La fundación no tiene control alguno sobre nuestras decisiones editoriales, y los puntos de vista expresados en nuestros artículos no reflejan necesariamente el punto de vista de la fundación. El objetivo del proyecto es aumentar el acceso a información precisa sobre el COVID-19 y las vacunas, y reducir el impacto de información errónea.